miércoles, 24 de abril de 2013

¡LO QUE HAY QUE HACER POR AMOR!


Ya he contado por aquí el especial cariño que le profeso a la Subida al San Cristóbal, que se organiza todos los principios de primavera en el bonito pueblo de Almonaster la Real. De ahí que acumule a día de hoy doce participaciones de trece ediciones celebradas ¡Lástima de haberme enterado tarde el primer año que se organizó!

Este año le han dado una nueva vuelta de tuerca a la cosa. Lo que inicialmente era una subida (carretera o BTT) de unos 10 km desde La Escalada hasta el cerro de San Cristóbal pasó a una prueba de BTT de “veintipocos” km saliendo desde Calabazares, el año pasado a “veintimuchos”, acabando en el centro de Almonaster  y definitivamente este año se ha hecho grande: un señor maratón de BTT de sesenta “kilometrazos”, con subidas de las de verdad y rematado con la ascensión al San Cristóbal y posterior bajada por trialeras hasta el pueblo para concluir con el repecho que lleva hasta la espectacular ubicación de la meta, junto a la mezquita.



No iba yo precisamente sobrado de moral tras mi pobre rendimiento en lo que va de temporada, mi exceso de tonelaje y conociendo lo que nos esperaba por aquellas sierras (había hecho el recorrido en Semana Santa, aunque sin subir al Cerro).

La noche anterior cené como mandan los cánones: tapa de ensaladilla, tapa de “cocretas” y unas almejas al ajillo. Un tratado de nutrición deportiva, vamos. A eso achaqué las extrañas sensaciones estomacales que tenía a la mañana siguiente, que remitieron previa visita al Sr. Roca y posterior desayuno.

Desde la salida en Calabazares voy con malas piernas y esto se acrecienta cuando los caminos empiezan a apuntar hacia el cielo. La sensación es de no ir forzando pero… de no poder forzar. Mantenía un ritmo que no me castigaba las piernas pero me resultaba absolutamente imposible apretar. Así me arrastré por la subida de Cabeza Gorda, los tremendos rampones hacia La Lima,  la primera subida hacia Risco Malillo, la segunda, tras el fiestorro aquel que había en Los Serpos, el cuestón tras la carretera de Gil Márquez…



Marchaba realmente mal, a un ritmo mucho menor que el día que anduve reconociendo el recorrido hace unas semanas. Y eso que aquel día iba con una de aquellas bicicletas antiguas que tenían unas ruedecitas muy pequeñas. Veintiséis pulgadas, creo recordar que medían de diámetro, no sé si os acordaréis.

Paulatinamente me iban adelantando ciclistas que cada vez me minaban más la moral. La mayor parte del recorrido lo hice en la relativa compañía del amiguete Benito. Digo relativa porque a veces se me marchaba unos metros, otras me adelantaba yo tras parar él a repostar, pero siempre anduvimos cerca.



La subida a Venta Quemada (la que acababa antes de empezar la bajada hacia Las Veredas) fue el único momento en que me sentí medianamente bien. Encontré un golpe de pedal medio decente y fui dejando a gente por detrás. Bajada de la trialera hacia Las Veredas sin demasiados “torpeos”, parada a repostar en el pueblo y a afrontar la parte final.

La zona de pateos después de Las Veredas termina de darme la puntilla. Al llegar a Almonaster me planteo muy seriamente mandarlo todo al carajo e irme al coche. Tres fueron los argumentos que manejaba en la pelota y que me impidieron hacerlo:

-        En ocho años que llevo haciendo maratones de BTT jamás he abandonado ni optado por una ruta  corta. No era plan de echar un borrón en la hoja de servicios.
-          Me he planteado este año dedicarle todas las llegadas a cierta personita.
-          Estaba en el San Cristóbal, palabras mayores. Allí no se abandona por tonterías.

Reuní las pocas fuerzas que tenía y para arriba, a reptar por las tremendas rampas. En el primer repecho duro trato de bloquear la horquilla y se me rompe la palanquita, cayendo al suelo. Me quedo mentalmente con el sitio para intentar recuperarla más tarde. Si me llego a parar no sé si hubiese podido volver a arrancar.

A media subida me alcanza Benito, que se había quedado por detrás en la subida a Venta Quemada. Me sobrepasa sin esfuerzo aparente y me ofrece algo de comer (gracias, colega). Declino la invitación (me había alimentado aceptablemente en la ruta) y sigo negociando con mis piernas para dar cada una de las pedaladas. Era absolutamente deprimente mirar al cuentakm y ver un cero pelotero en pantalla (por debajo de 4 km/h el cacharro tiene esa fea costumbre).

Por fin corono la ascensión, con mucha pena y ninguna gloria, y me dejo caer con precaución por las trialeras hacia Almonaster. A pesar de la prudencia estoy a punto de “salir por orejas” en una ocasión, pero logro evitarlo. Con toda calma atravieso las calles del pueblo y afronto la subida a la mezquita con la relativa satisfacción de no haberme rendido y haber conseguido llevar la bicicleta hasta la meta. Pero ha costado, os lo aseguro. De no haber sido por el amor que siento hacia esta prueba, probablemente no hubiese encontrado la motivación necesaria para acabarla.

En cuanto a la prueba en sí, me pareció un maratón espectacular, duro como pocos y muy bien organizado, bien señalizado, con avituallamientos correctos y voluntarios volcados. Enhorabuena y gracias a organización y colaboradores.


EPÍLOGO.

Tras llegar a Galaroza, tarde de perros con molestias estomacales, frío metido en el cuerpo, sensación de fatiga… Imposible cenar nada y la noche, aún peor: gases, dolores y un continuo ir y venir al cuarto de baño. Que me iba “porlapatabajo”, vamos.



Al día siguiente estoy algo mejor, pero no totalmente fino. Sigo sin poder comer decentemente y profundizo el surco camino del trono. Lo achaco todo al rebujo de geles, barritas, isotónicos y agua unido al sobreesfuerzo y me autodiagnostico un acabamiento ciclista agudo.

El martes, charlando con un compañero del curro, me pregunta si me había encontrado mal del estómago el fin de semana. Sorprendido, le cuento mis penas y me comenta que ¡de ocho que estuvimos almorzando juntos el jueves pasado, siete hemos estado en similares circunstancias!

De esto hago dos lecturas, una positiva y otra negativa. Siendo optimista, es bueno para la pelota encontrar una explicación (excusa, pensarán algunos) al mal día pasado en Almonaster. Puede que aún sea sólo un ciclista paquete y no un ciclista paquete totalmente acabado. Pero lo malo viene al pensar cómo me habrá dejado esto de cara al palizón que nos espera el próximo sábado, con los casi 160 km de la Extrema. En fin, confiemos en que el cuerpo recupere.

P.D.: Tras acabar la prueba subí (en coche) a las primeras rampas del san Cristóbal y logré encontrar la palanquita aquella que se me había caído. Tengo que volver otro día, a ver si recupero también la autoestima ciclista, que se me debió de quedar perdida por allí.



Las fotos, salvo la de mi primo el paquidermo cagón, son gentileza (bueno, esto es un eufemismo, realmente se trata de un "mangazo") de Charo.


1 comentario:

  1. molestias estomacales con gases es... tirarse peos como una loca!
    un saludo cuartelero

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